Segunda parte del discurso (nunca pronunciado)
de Sebastián Chilano, donde nos da su opinión sobre el resto de los escritores participantes
de Poca cosa y sus respectivos
cuentos.
Después del arranque superficial de mis historias, se viene
Juan Carrá con los tapones de punta y con “La
muerte de Carla” nos lleva al dramatismo y el horror, metidos, apresados,
en los pensamientos de un asesino, y como si esto fuera poco, cuando angustiados
pasamos al siguiente microrrelato nos encontramos con “Sobredosis” donde el escritor hace gala de un conocimiento (espero
que prestado) sobre la materia. Algo aturdidos por el viaje, pasamos a la
siguiente historia y nos sentimos aliviados. Renovados. “Un beso en la mejilla” empieza así: “El mar golpea con fuerza
contra la escollera. La marea enmudece el ambiente. Santiago mira el horizonte
sin mirar. Piensa. Recuerda” bueno, al fin un poco de alivio, piensa el lector,
pero no, porque dos oraciones después dice: “A sus pies las rocas comienzan a
teñirse de rojo. Marcela sangra en el último aliento. Está irreconocible. La
bala le borró sus mejores facciones” y tras este comienzo que otra vez nos
lleva al borde de la silla, el autor diseccionará (nunca mejor aplicado el
termino para las palabras que usa este escritor enamorado del género policial)
la historia hasta saber el por qué de este crimen pasional. O no.
Guille de horror y su microrrelato “Un instante” hacen honor a todo el libro. Desde la simpleza y lo
cotidiano nos cuenta un mundo. Algo que es admirable en este tipo de
narraciones. "11:48", otro
de sus relatos también traduce al papel la lucha cotidiana con pensamientos que
nos volverían locos, o al menos asesinos, si les hiciéramos caso.
Andrés Spennato en “Usos
y destinos” nos revela las consecuencias, insospechadas, de restarle
importancia a un botón flojo. Creo que me clavé varias agujas en los dedos
después de leer esto, para no sufrir tales consecuencias. En “Viaje” dice, tomen nota por favor:
“Aquel viajero tiene la mente ocupada. Lo sé porque las mentes se parecen entre
sí, como las terminales”
Héctor Ranea nos lleva a “Lo que queda del plató” la historia de un plató donde se filma una
versión clase B de la legendaria “El exorcista” con un olor en el ambiente cada
vez más nauseabundo (y que piensan puede ser de algún animal muerto cercano) y
que lleva al director a usar las máscaras que sobraron, inútiles, de la famosa
epidemia de gripe A que tuvimos ¿tuvimos? hace unos pocos años. “Mariposas que nunca volaron” cuenta la
colección que el Dr. Beninteso deja a la posteridad, con un ejemplar muy
especial.
Daniel de Leo en "Álamos",
donde dos fuerzas destructoras, opuestas y sin razones previas se cruzan y
cercenan, unas a otras. O, más fácil, uno quiere talar un árbol y el otro
impedirlo. Mismas fuerzas destructoras, opuestas, pero esta vez con razón, que
se desatan en "Riña", en
pugna por sobrevivir. Es decir, dos mendigos pelean por un pedazo de pan.
Martín Gardella es el defensor de pobres y marginales de la
antología. Reivindica a 1) la fruta perdida (esa que en nuestros días Adán y
Eva toman convertida en sidra), 2) a los fantasmas (¿ustedes sabían que los
espectros adoran los deportes? Gardella sí, y tiene la gentileza de enterarnos)
3) a los vecinos que ocultan secretos 4) a las recetas de antaño para alejar la
mala suerte y, por sobre todas las cosas 5) a los hombres que confunden, de vez
en cuando, a qué pasa deben volver después del trabajo.
Hernán Domínguez Nimo en “El fin de mundo” le pregunta a un lector cómplice: “Qué harías tu
último día” y enseguida da paso a su propia enumeración, que es un retorno a la
infancia, de la peor manera posible porque es el último día y ya no habrá
tiempo para purgar penas.
Fernando Figueras cuenta en “Los arpistas” una hermosa historia de vidas paralelas, de espejos,
que se rompen por amor. En “Regalo de
Morfeo” la vida paralela es entre el sueño y la realidad, que no se rompen,
sino se unen en un resultado aterrador. “Diagnóstico”
empieza con un diagnóstico médico desopilante, desconcertante, y sobre todo,
perturbador: “Es una quebradura contagiosa”, dice el traumatólogo del microrrelato,
tajante en su ficción.
Ramiro Sanchiz escribe “Embalse”,
“Vacaciones para un hombre casado”,
y “Lo visible y lo invisible” tres
microrrelatos que comparten la asociación de los viajes con lo sobrenatural, en
ellos hay una hermosa asociación hacia el también uruguayo Mario Levrero, y un
gusto refinado por convertir en extraordinarios los lugares comunes de nuestra
existencia. Lo mismo sucede con “Final
del fuego” donde el viaje se hace en el agua, donde deja la playa del mundo
viejo y al regresar, el nuevo mundo será tan desconocido como efímero.
Y Elaine Vilar Madruga, en una constelación de hombres,
esta mujer supo escribir, a mi entender, la mejor de estas microficciones: “Abrir las puertas imposibles” se
llama. Es el primero de los suyos, y al leer, después, el último de los suyos
entendí que esta mujer logró escribir, a mi entender, la mejor de estas
microficciones, se llama “La columna
rota” y no me contradigo: doblo la apuesta por ella.
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